Miércoles a la tarde. Tengo que hacer trámites por San Telmo. Espero el 24 porque me acerca un poco mas, pero intuyo que hay algún otro motivo por el cual descarto la idea de viajar en subterráneo. Claro, como para dudar. Hace calor y en el subte la humedad se condensa, se respira peor (estoy tan acostumbrada a todo eso). Pero igual, no es. Estoy apurada, salí tarde, tengo que reordenar el día pero mi instinto me dice tomate el 24 porque viajar en colectivo, siendo primavera, es casi lo opuesto a viajar en subte. Arriba del colectivo hay ventanas y las ventanas dan a la calle y en la calle pasan cosas y esas cosas pueden verse por las ventanas, por los ojos. Quiero decir, uno como pasajero está en contacto con lo que pasa en el exterior mientras viaja y eso cambia el trayecto cuando, es decir, es partícipe y comparte lo que está pasando mientras mira (ej si hay un choque o demora en el tránsito, uno esta ahí, no escapa a eso), se puede mirar todo, lo mismo que cuando una camina desde arriba, se pasea sin caminar y sin cansarse. Pienso en todo esto cuando el colectivo espera la señal sobre diagonal norte y florida. Miro gente cruzar desde mi palco quieto del asiento de atrás de todo a la izquierda (que es, por lo general, uno de las ubicaciones del colectivo que más prefiero y que justo me tocó en este viaje). Alguna vez dije que ¨pasear es andar en colectivo¨, y en especial cuando es primavera. Llego a mis coordenadas y bajo: casi diez cuadras derecho por México. Camino hacia la derecha, me olvido de la dirección. Cada vez que estoy en San Telmo me pierdo. Me recuerda ciertos momentos de mi infancia, uno en especial. Mientras cenábamos con mis viejos en un restaurante después de pasear por la feria, tuvimos una charla sobre el tópico ¨porqué las cosas son de una manera y no son de otra¨. Creo recordar, incluso, la pregunta que motivó esa charla: ¿porqué tengo pelo castaño y no rubio? ¿porqué no tengo los mismos ojos que papá y se parecen más a los de mamá? ¿porqué, eh, porqué? tendría 7, 8 años, a lo sumo 9, y hostigaba a mis padres con ese tipo de preguntas. Papá empezó a hablar de la arbitrariedad del destino, fue una larguísima y exepcional charla; algo que me hizo cambiar la mirada sobre algunas cosas, empecé a pensar de otra forma que hasta ese momento no concebía. Ahora, ya de grande, cada vez que voy a ese barrio tiendo a perderme. Me acuerdo de algunos casos: entrevistas de trabajo, fiestas, algún recital, unas cuantas por equis motivos que ahora no me acuerdo.
Después de caminar seis cuadras por México empiezo a sospechar que no voy en la dirección correcta. Recién entonces me fijo la numeración. Lo compruebo. Me tomo un taxi por un poco más de diez cuadras, pero le pido que me deje antes de cruzar la avenida, total ya estoy cerca. Llego, hay poca gente y los trámites se hacen rápido. A la vuelta, tomo Paseo Colón hacia el bajo, convencida de que es para ese lado. Llego a una estación de servicio y aprovecho para mirar mi guía de calles: apoyo la espalda sobre una pared y acepto que otra vez estoy yendo para el lado opuesto (a esta altura ni siquiera tengo voluntad de enojo). El cielo está radiante. El tiempo siempre fue un tema difícil, pero a veces tengo suerte. Antes no soportaba nada de eso. Ahora quiero disfrutar. Chequeo mi guía T y averiguo como volver: el 24 pasa por Perú (nunca me acordé que para el 24, ambos direcciones coincidían en esa calle). Lo tomo en una esquina, creo que la de Independencia. Después de dar unas vueltas, toma una calle tipo avenida que me recuerda a la Peatonal de Gessell. Me acuerdo que una vez, llendo a un museo en La Boca me perdí en esa misma avenida. Ya casi sé que no estoy llendo hacia donde debería. Me entretengo mirando por la ventana, pero ahora tensionada le pregunto a una chica para donde está llendo, me contesta que para el lado de Avellaneda. Otra vez. Me bajo y pregunto en un quiosco, cruzo a la parada de enfrente y pasa justito. El colectivo está casi vacío. Se desocupa un asiento individual y saco del bolso el mismo libro que leí de ida. Vamos a tomárnoslo con calma. Me da el sol casi directo. Me pongo a leer sabiendo que tengo un trayecto importante, y que un mensaje de texto alivia con que mi próxima actividad se retrasó 45 minutos. Apenas me baje del 24 tengo otro viaje en colectivo y después otro en el subte D, antes de volver a casa por última vez. La liviandad del día que empezó tarde, disminución de trabajo, el clima templado: detalles enormes que facilitan las cosas. No son detalles. Paseo desde arriba por un barrio desconocido en una tarde de primavera incipiente. Me siento una turista.