lunes, 9 de junio de 2008

Ese aparente tsunami de recuerdos de la semana pasada que no supe ni pude expresar como en realidad lo hicieron las fotos y las canciones por sí mismas, cuando me acordaba todo eso que se ligaba cona A., mi amiga que viajó y de quien volví a saber. Conectarme después de todos esos recuerdos, manteniendo todas nuestras distancias. Sin que nada se convirtiera en símbolo de otra cosa relacionada con la melancolía ni que signifique nada que hubiese querido volver a vivir, la acción que se produjo fue la de remitirme con alegría, de una vez, al presente. Pero no a cualquiera: a uno mejorado por el pasado. A uno renovado y limpio que no quiere volver a recordar así, en la misma dirección ni con la misma intensidad, que no lo necesita porque siente (o, mejor, sabe) que falta mucho por vivir y que lo mejor todavía no llegó, pero hay que hacerle lugar para que aparezca (sino, capáz que no viene porque piensa que no hay lugar y nada que ver).
Me deshago de los restos y los miro agradecida, pero mas por haberme dejado este presente que todavía no conozco, que voy descubriendo y haciendo mientras vivo, aún cuando intento decirlo con palabras inadecuadas, edulcoradas como ahora. Las dejo salir, es una manera más de vaciarse. Porque para llenarse primero hay que vaciarse y para vaciarse hay que saber o expresar (de las tantas maneras posibles). Y lo que se expresa se sublima, se transforma y sale de uno. Es como un eco, no importa la intensidad ni la forma. Emitir un sonido que se amplifica en el aire. Ni las cosas ni los que las significan son las mismas en pleno proceso de transformación: las palabras y todo lo que designan tiene un peso menor, como si hubiesen lavado de sentido, porque a veces los hechos importan mas que las palabras y son tan poderosos y mudos que no peuden decirse. Lo real se eleva por encima de lo que fue y en ese acto rejuvenece y se libera. Se transforma (ahora no está tan cerca e invisible: se aleja y se puede ver mejor). Claro, las reacciones no pueden sejar de ser viejas (son como espejusmos, primitivas), pero nada importa como antes, ni de esa manera. Es real y tanto mejor, fruto de intentos, de trabajo intenso sobre y con uno, es experiencia del desnivel (el propio y todos los ajenos que se vuelven uno y la experiencia). Es lo invisible entre lo visible.
El poder objetivar como lo mejor que podía pasar, aunque no tenga ni pálida idea de adonde pueda llevarme (¿alguien lo supo, lo sabe?): descartar lo que sí sé que ahora no va, que no hay manera o aunque sea un intento mas (pq todos sabemos cuando algo no va y cuando da para un poco más), lo que por pereza arrastré durante ese lapso de tiempo y se adhirió de tanto estarse ahí, sin saber que función cumplámos el uno para el otro (la cosa para conmigo y viceversa). También me doy cuenta de que si no está puede venir otra cosa mejor y así desapegarse de lo viejo que no entiendo, desambiguar y, de la manera mas global posible, simplificar. Esa limpieza que agiliza los procesos y nos descubre mas livianos, mas tranquilos y mejores.
Pero antes no era, no pudo ser antes, porque tenía que ser otra cosa para que después venga lo que es ahora. Y aunque me enrosque al querer decirlo, contradiciendo la idea, prefiero hacerlo con las palabras por fuera que reproducirlas por dentro. Una vez más y como sea, hay que simplificar.

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