miércoles, 9 de abril de 2008

Hace un rato y un poco ayer a mitad de la noche, insomne escuchando sonidos de violencia ajena mientras se intenta dormir, estrenar el llanto en un ambiente como si fuera un virus incubado durante todo un lapso plagado de tantas emociones. Tenue pero creciente, como el miedo y la alegría que provoca. Un grán subeibaja.
Estrenar la fiebre, el dolor de muelas, y muchas otras cosas como si fueran trámites. Extraña capacidad de desapego. Ahora, algo reclama las horas. Estrenar un espacio como se estrena una taza, una toalla, una alfombra, una heladera, un microondas. Estrenar como se toma un desayuno, se merienda y se cena con esa sensación de soledad desértica (que, incluso, a dos días de tener internet ya resulta poética). Esa necesidad de recurrir a lo básico: dormir, leér o mandar mensajes de texto, pedir una cerveza o una pizza, bajar a buscar el pedido cuando estabas leyendo en la cama y a veces no te dás cuenta lo que tenés puesto y cuando te mirás en el espejo en el ascensor, por un lado te tenés un poco de lástima y te arreglás, pero al mismo tiempo sentís algo así como emocionante, onda ¨si el chico del delívery está bueno lo puedo invitar¨.
¿Y que? te olvidaste el envase de cerveza, subis rápido (un segundo, le decís) y notas que sí, la parte cruzada del corpiño de atrás se te re ve porque tenés la musculosa dada vuelta y cuando subís, tratás de disimularlo con algo encima y notás una ciera sonrisita tenue y servicial del chico del delívery mientras pensás ¿y qué? podría estar con mi novio. Pero la realidad es que no tenés novio y no hay nadie arriba (qué triste, no?, en especial por la botella de cerveza) y, cuando cenás tu pensamiento recae, tratando de ser lo más autobondadosa posible, que estás mas sola que un perro en el desierto.
Elegís con certeza, como si la decisión la estuviese tomando alguien que sabe perfectamente lo que necesitás. Por algo elegíste ese cuadro, The three graces de Boticcelli, en el bazaar de la esquina. Por algo el color lila y violeta del mandala que pintó mamá y la pantalla amarilla para la luz (con el lila hacen combinación rara, pero linda) que también ella eligió porque, para vos a veces todo está bien, en especial cuando estás cansada o no querés tomar decisiones.
Está bien (a veces todo está bien). O no. Hay que dejar que desague. Lo que resta contar (y ocurrir) se va a ir escribiendo solo. En el papel o en la vida. Ahora, por lo menos puedo escribir. Y estoy emocionada.

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